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Maradona lo admiraba, brilló en Europa a pesar de los excesos y manejó un taxi: la leyenda detrás del abrazo más emotivo de Lionel Scaloni

En su visita a El Salvador, el entrenador campeón del mundo con Argentina divisó al Mágico González entre la platea y lo hizo subir al escenario, en un generoso reconocimiento a aquel talento indómito. “Yo vengo del planeta tierra, él viene de otra galaxia”, supo elogiarlo el Diez

Fue tal vez el momento más conmovedor de la visita de Lionel Scaloni a El Salvador, donde dio una charla y recibió el cariño de todo el país. Es que, una vez finalizada su presentación, invitó a subir al escenario a una leyenda a la que abrazó con admiración genuina y hasta departió con él ante las cámaras como si se tratara de una mesa de café.

Ese hombre algo desalineado, de cabellera abundante que desmiente sus casi 65 años, accedió al entrenador campeón del mundo con Argentina por derecho propio. Una vez más, como a lo largo de su vida, Jorge Mágico González resurgió ante los ojos de generaciones que no lo conocían, o sólo lo escucharon nombrar como un mito del pasado. E hizo brotar la nostalgia de los que supieron disfrutar su talento salvaje.

Para definir a este inasible mediapunta, el mejor jugador centroamericano de la historia, antes de recorrer su carrera de película, de antihéroe, basta con apelar a la voz de Diego Maradona para entender su estatura. “Hubo otro jugador tan o más grande que Pelé y que yo: Jorge González, un fenómeno. Él es mejor porque yo vengo del planeta tierra y él viene de otra galaxia”, supo declarar el astro, bandera del Napoli y campeón del mundo con la selección argentina en México 1986.

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Ahora bien, ¿cómo este atacante u organizador de juego, de una habilidad indescifrable en el uno contra uno, se transformó en un jugador de culto y no en la estrella de época que sus cualidades le hubieran permitido ser? ¿Cómo después de haber llevado a su país a un Mundial y de haber pasado por Europa durante nueve años, terminó manejando un taxi en El Salvador? En su personalidad, en el camino que decidió recorrer, están las respuestas.

“No se confundan, yo no soy un santo. Me gustan la noche, las mujeres y la bebida, esto no me lo quita ni mi madre, admito que soy un irresponsable y un mal profesional, pero nunca traiciono lo que tengo claro en mi cabeza, o sea que jamás podré considerar al fútbol como un trabajo. Yo juego para divertirme”, fue una de sus máximas que trascendieron. De hecho, hoy continúa ligado al balón, su juguete predilecto, dirigiendo una serie de escuelas del deporte más popular en El Salvador.

El Mágico nació el 13 de marzo de 1958 en San Salvador; fue el menor de ocho hermanos de la familia que constituyeron Oscar González y Victoria Barillas. En el club ANTEL fue donde comenzó a capturar los primeros gestos de asombro. Cuenta la leyenda que fue en un partido ante Club Deportivo Águila, en el que Jorge resultó determinante para la victoria 3-1 de su equipo, que el comentarista deportivo Rosalío Hernández Colorado lo bautizó como el Mago. La deformación del mismo lo llevó a ser el Mágico para la posteridad.

En 1977 pasó al FAS, uno de las instituciones grandes de su país, y su nombre pasó de boca en boca con mayor fluidez. El hito de haber conducido a El Salvador al Mundial de España 1982 le otorgó un cartel superior. En las Eliminatorias de la Concacaf dio el golpe al dejar afuera a México. Y el sorteo determinó que en la Copa del Mundo integrara el Grupo C, con Hungría, Bélgica y Argentina.

El primer rival le propinó un goleada inédita: lo venció 10-1, en el resultado más abultado de los mundiales. Sin embargo, González asistió a Ramírez para el único tanto de su seleccionado en la competencia. Luego, los salvadoreños cayeron 1-0 ante los belgas y 2-0 contra el campeón defensor, que tenía entre sus filas a Maradona. Pelusa lució el dorsal N° 10; el Mágico, el 11. Fue el primer flash que impresionó al argentino del indómito fantasista.

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No fue el único al que González imantó con su juego. Fiorentina, Atlético Madrid, Sampdoria y el PSG se disputaron sus servicios. El particular carácter del futbolista, desenfadado tanto sobre el césped como en su vida cotidiana, comenzó a aflorar en las decisiones. “¿Qué voy a hacer en París? Es una ciudad muy grande y no conozco el idioma”, fue su reflexión. Y aceptó la oferta del Cádiz, que le pagó al FAS el equivalente a 1.300.000 dólares por la ficha del centroamericano.

Cádiz, de poco más de 100.000 habitantes, rodeado de playas, lo acogió como a un ídolo. El club le vio actuaciones antológicas, que pusieron de rodillas a los gigantes del país, como el Barcelona o el Real Madrid. Y le consintió su comportamiento errático, sus deslices.

Excepto por un breve paso de un año en el Valladolid (1985), enfocó su trayectoria en Europa en transformarse en tatuaje y póster del Cádiz. Por lo bueno y por lo malo. En 1983, por caso, lo hizo ascender a la élite y en el certamen siguiente llegó a encaramarlo en el tercer lugar, a partir de sus 14 goles; uno de ellos, ante el Barcelona, tras una corrida desde mitad de campo en la que eludió a varios rivales con su gambeta cadenciosa y definió ante la salida del arquero. Luego de un nuevo tobogán, saltó a Primera con otra faena de 15 goles.

Su rendimiento centelleante lo combinó con sus tropelías nocturnas, que eran cobijadas por los fanáticos que lo adoraban. Por ejemplo, en una de las discos que frecuentaba, cuando se quedaba hasta cerrar el local, le permitían quedarse durmiendo detrás de la consola del DJ, hasta que el efecto del alcohol disminuyera y pudiera volverse a poner de pie para concurrir a los entrenamientos… Cuando se presentaba, muchas veces fuera de horario.

Vecinos y comerciantes confesaron que frecuentaba un bar al que iba a desayunar a la hora de inicio de las prácticas, después de noches extensas. Comía y bebía el café con parsimonia, como si nada lo apurara, y luego trotaba hacia el ensayo, para ir calentando los músculos.

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Héctor Veira, ex entrenador de River, San Lorenzo y Boca en Argentina, lo dirigió en el Cádiz en la temporada 1990/91, ya en el epílogo de su tránsito por España, con todos los vicios incorporados. “Era un fenómeno”, lo definió el director técnico, que intentó modificar sus costumbres mediante métodos poco convencionales.

El Bambino relató hace unos años su búsqueda en un programa de TV, con su particular impronta para la narración. “Si el entrenamiento lo ponía a las 10, él venía a las 11. Si lo ponía a las 11, aparecía a las 12… ¿Sabés qué le regalé? Un despertador así de grande del Pato Donald. Lo puse a sonar en el entrenamiento y hacía ‘¡pan-pan-pan!’ como si fuera la guerra de Irak. Le dije: ‘Mirá, Mágico, si no te levantás con esto no te levantás con nada’”, describió la fase 1.

“Al día siguiente, el entrenamiento era a las 11 de la mañana y llegó a las 12.30… Y decidí alquilar un grupo flamenco entero y se lo mandé a la puerta a la mañana siguiente. Se le pusieron a cantarle bien alto: ‘¡Mágicooo, veeen a entrenaaar!’. Dando palmas y todo. En eso abrió la puerta. ‘Me levanto, pero porque me gusta la música’, dijo”, completó la historia, con una risotada contagiosa.

Quedó claro, el entrenamiento no era el fuerte de Jorge González, quien a pesar de eso aseguran que su forma física en los partidos, a pesar de su poca preparación, siempre era excelente. “Correr, corren los cobardes”, firmó.

Pero su talento era una tentación para los grandes equipos si lograban encauzarlo. Tanto es así que Barcelona, con la anuencia de Diego Maradona, lo sumó a una gira por Estados Unidos en el verano de 1984; con el objetivo de seguir desde cerca su comportamiento y contratarlo. Jugó dos partidos, congenió con el Diez y todo se encarrilaba hacia una sociedad de ensueño. Hasta que cometió un tropiezo con su sello.

Mágico González, junto a Maradona en el BarcelonaMágico González, junto a Maradona en el Barcelona

El hotel donde se alojaba el club blaugrana sufrió un principio de incendio, sonaron las alarmas y la delegación fue evacuada rápidamente hacia la calle. En el momento de recuento, los dirigentes advirtieron que faltaba el Mágico. Uno de ellos, desesperado, volvió a subir las escaleras y se apersonó en su habitación para rescatarlo. Golpeó la puerta una, dos, tres veces. Para su sorpresa, la abrió González, en calzoncillos. Detrás suyo, sobre la cama, una mujer buscó cubrirse el cuerpo desnudo con celeridad bajo las sábanas. El directivo, ofuscado, lo increpó por la temeridad de su acto. Cuenta la leyenda que el futbolista le respondió: “Es que no me gusta dejar nada sin terminar”.

Del Cádiz regresó al FAS de El Salvador, donde ganó otras dos ligas y jugó hasta 1999, con 41 años. Esa misma temporada, la IFFHS (Federación de Historia y Estadísticas del Fútbol) lo nominó como el mejor jugador del país. En 1994 tuvo una breve incursión en la dirección técnica, como ayudante de campo en Estados Unidos, pero una vez más no se llevó bien con las rigideces. Ya sin la pelota, supo sustentarse manejando un taxi, hasta que comenzó con sus escuelas de fútbol. El 12 de noviembre de 2013 entró en el Salón de la Fama del Fútbol de México.

Pero el Mágico sólo quiso divertirse. “Una vez lo desafié a ver quién hacía más jueguitos con un paquete de cigarrillos completo con una sola pierna. Yo hice 10, él creo que superó los 30?, reveló en una entrevista David Vidal, ex entrenador del Cádiz. Y Scaloni no dudó en cobijarlo entre sus brazos bañados de gloria. Un campeón del mundo, rendido a los pies de su rebeldía artística.